Campamentos en Marbella

Mi campamento de verano en Marbella



Creo que aquél año estaba estudiando 1 de ESO, por lo que tendría unos 13 años. Mi amigo y compañero de colegio, Jaime, llevaba todo el invierno insistiendo en que sus padres le iban a enviar a un campamento de verano a Marbella, donde al parecer había unas instalaciones que ya habían visitado varios amigos suyos un año mayores que él. Al principio no le hacía mucho caso, pero Jaime cumplía años en mayo y mira tú por donde, como nuestros padres eran casi vecinos, decidieron acompañarme a su fiesta de cumpleaños, donde la mamá de Jaime les contó sus planes de verano. Aquélla misma noche mi madre ya estaba convenciéndome de que nosotros no podíamos ser menos y en menos de una semana ya estaba inscrito en el mismo campamento que Jaime, con permiso, claro, de sus padres.

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Cuatro semanas de campamento en Marbella por delante parecían muchas, así que el día de salida de nuestro autobús delante del Bernabéu, quien más y quien menos, todos parecíamos irnos poco menos que a la guerra. Ya por el camino se presentaron uno a uno los tres monitores que nos iban a acompañar, contándonos cómo distribuiríamos el tiempo y cómo, a la llegada, tendríamos que elegir dos de las actividades que se ofertaban en la residencia en la que conviviríamos. Me puse de acuerdo con Jaime para elegir las mismas actividades y así compartir el tiempo allí, por lo que al final los dos tuvimos que ceder un poco y nos salió hípica y tenis a partes iguales. Yo renuncié al golf y Jaime tuvo que hacer lo propio con el fútbol…

A la llegada a la residencia nos repartieron de seis en seis, divididos por grupos de amigos y por edades, y nos distribuyeron en las habitaciones, que tampoco es que fueran excesivamente grandes. Tres literas y una especie de armarios-taquilla donde dejar la ropa. Como en casa ya dormía en la parte superior de una litera, le pedí a Jaime que me dejara dormir en esta ocasión debajo, cosa que él accedió encantado. Con el lío de la distribución de grupos y colocar las cosas en los armarios, la cena la dieron más tarde de lo que sería habitual durante los días siguientes.

Mi segundo día de campamento

El segundo día comenzó con la ducha obligatoria, el desayuno y las cuatro clases diarias de inglés matutino, que si no recuerdo mal, eran de 45 minutos cada una, con una parada intermedia para tomar un bocata o comprar chuches en el quiosco de helados que había en la zona deportiva. Después teníamos unas dos horas para utilizar las instalaciones, que la verdad, eran bastante buenas: dos pistas de tenis y otras dos de pádel, un campus de fútbol y otro de baloncesto, una piscina con unos pequeños trampolines y una especie de frontón donde algunos días se organizaban juegos y competiciones.

Para mí, que soy un comilón, la comida era el mejor momento del día. Teníamos un comedor muy amplio, donde recogíamos una bandeja y hacíamos fila en el autoservicio para llenarnos los platos con todo lo que quisiéramos. Todos los días ponían prácticamente lo mismo, aunque como había bastante variedad, era cada uno el que seleccionaba lo que quería y repetía las veces que se le antojaba. Salvo la sopa, que nunca ha sido lo mío, solía llenarme el plato de pasta, filetes, muchas patatas… y por supuesto ¡helados!

Después había un par de horas libres para que quien quisiera se echara la siesta. También teníamos una sala de juegos, donde los que no dormíamos solíamos hacer cola para jugar al ping-pong o sentarnos a jugar a las cartas o a unos juegos de mesa que había en unas estanterías. A media tarde volvían a aparecer los monitores para realizar las actividades programadas o proponernos excursiones por los alrededores o a la playa. Tres o cuatro días también tuvimos excursiones de día completo para ir a un parque acuático, a Marbella, Mijas y a parques naturales de la zona.

De aquél campamento de verano se me quedó una gran afición por los caballos y un buen sentido del humor. Aprendí a hacer «el sobre» a las camas, cosa que pude practicar después con mis primos; y a pintar «tipo indio» a quien dormía plácidamente, cosa que con mis primos no me atreví a practicar.



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